Al maestro, con cariño
Por Juan Carlos Martínez
El primer gesto dirigido a los militares para acercarse a ellos y sumarlos como aliados y cómplices de lo que estaba pergeñando lo mostró Carlos Menem el mismo día de su asunción como presidente de la República. El riojano asumió rodeado de uniformes y marchas militares.
Hacía mucho tiempo que los milicos no salían masivamente de los cuarteles para mostrarse en público. El desprestigio y la impopularidad ganados por las atrocidades cometidas durante la dictadura y la posterior aventura de Malvinas eran lastres que los obligaba a recluirse en sus madrigueras.
Pero Menem lo hizo con total y absoluto desparpajo. No le importaron los juicios vertidos en su carrera hacia la Casa Rosada. "El único punto final para los asesinos es la cárcel" decía el título de un lapidario comentario que publicó en el diario La Razón el 9 de diciembre de 1986.
Se refería, obviamente, a la decisión del entonces presidente Alfonsín de preparar atajos como el punto final que en el fondo era una suerte de amnistía que luego completó con la ley de obediencia debida.
"La única manera de cerrar para siempre las puertas del horroroso pasado -agregaba Menem- es no interfiriendo en la labor del Poder Judicial. La única garantía para mirar con limpieza hacia el futuro reside en la aplicación de la ley".
El documento de Menem era un brillante alegato contra la impunidad.
Veamos.
"-Nadie tiene derecho a no responder por sus culpas, sea militar o civil.
-Nadie tiene derecho al olvido cuando se trata de delitos aberrantes que vulneran lo más preciado de la dignidad humana.
-Nadie, menos el gobierno democrático, posee la actitud moral para absolver encubiertamente a los ladrones, los torturadores y los homicidas".
Tres años más tarde, ya presidente, entró voluntariamente en un agudo estado de amnesia. Dejó de hablar de juicios y castigos a ladrones, torturadores y homicidas y en sus discursos apareció la palabra reconciliación.
El operativo impunidad estaba en marcha. Apenas dos meses después de su instalación en la Casa Rosada, por televisión confirmó públicamente lo que estaba preparando desde un principio: el indulto.
"En esta primera etapa vamos a indultar a los que están sometidos a proceso... a los condenados, veremos más adelante".
Casi al mismo tiempo, Menem revelaba detalles de un encuentro que acababa de mantener con el entonces presidente español Felipe González el 8 de septiembre de 1989 en el aeropuerto madrileño de Barajas, donde el presidente argentino hizo escala después de asistir en Belgrado a una reunión de los países no alineados cuando la Argentina todavía no había roto con ese bloque para iniciar sus relaciones carnales con los Estados Unidos.
A tenor de la revelación que hizo Menem, el jefe del gobierno español le había sugerido que pusiera fin a los juicios contra los militares que habían cometido delitos de lesa humanidad, además de estar a favor del indulto a los comandantes del genocidio.
Según Menem, su colega español le había dicho que cuando él llegó al gobierno había ascendido a varios militares franquistas y que incluso alguno de ellos había prestado juramento luciendo en su chaquetilla una cruz esvástica que el mismísimo Adolfo Hitler le había entregado en tiempos de Franco.
"Esto pasó en España y nadie dijo nada, ni siquiera la prensa, y aquí tanto escándalo" argumentó Menem para justificar el paso que estaba a punto de dar. Era, también, un mensaje dirigido a los organismos de derechos humanos que al día siguiente marcharon por las calles de Buenos Aires para repudiar el anunciado indulto.
Aquella multitudinaria marcha fue el más importante acto cívico desde la recuperación democrática.
Pero Menem siguió adelante con su plan. Con los militares en calma y el guiño que logró de Estados Unidos a partir de su relación carnal, ya podía avanzar con el diseño económico neoliberal pergeñado bajo la impronta de la libertad de mercado.
La desfachatez de Menem y de sus seguidores pronto dejó atrás aquella solemne promesa del síganme, no los voy a defraudar y allí comenzó uno de los mayores fraudes que un presidente pudo cometer contra la nación y su pueblo.
La década infame del menemismo junto al terrorismo de Estado han sido hasta ahora los límites impuestos por buena parte de la sociedad argentina, con excepción de esa minoría que fue cómplice de tantos crímenes políticos y económicos.
En la memoria colectiva permanecen inmutables las tragedias de la embajada de Israel, la de la Amia, la venta de armas a Ecuador, la voladura del arsenal de Río Tercero, las relaciones carnales con los Estados Unidos, el remate de las empresas del Estado para dar paso a las privatizaciones en el marco de las políticas neoliberales, la corrupción de los noventa y el indulto a los genocidas.
Pero, claro, no todo está grabado en la memoria. Algunos la han perdido voluntariamente. Tanto, que el Menem de la traición a la patria, el que vendió las joyas de la abuela, el que hipotecó al país, el que prostituyó y banalizó la política, ahora es el forjador y formador de políticos. Un maestro, una suerte de Mesías tardíamente reconocido.
Por eso es que Daniel Scioli y Aníbal Fernández, sus alumnos de ayer, acaban de reparar tanta ingratitud al recordar al maestro con cariño.