El Dr Merengue
Por Juan Carlos Martínez
Uno de los personajes de historieta más populares creados por Guillermo Divito fue, sin duda, el Dr. Merengue. Nació a mediados de la década de los cuarenta, primero en las páginas del diario Clarín y posteriormente en Rico Tipo, la revista creada por el propio Divito.
El Dr Merengue era un pulcro y atildado hombre de leyes poseedor de una doble personalidad, de un doble discurso, de una doble moral.
Porteño de pura cepa, el Dr Merengue representaba a ese ser humano que anda por la vida con dos caras. Con el otro yo, como bien lo presentaba Divito. Una cosa es lo que dice y otra muy distinta es lo que hace.
Imaginemos a Divito entre nosotros asistiendo a las pujas internas que libran los partidos políticos de cara a las próximas elecciones. ¡Cuántos doctores Merengue encontraría en el universo político!
Personajes de historieta que hacen política y políticos que bien podrían ser protagonistas de historietas.
Esa realidad es la que exhuma el recuerdo del Dr Merengue y su imaginario regreso al presente argentino.
La batalla por estar en el candelero político para conservar o ganar espacios de poder es tan cambiante que alguien puede ir a la cama soñando con ser presidente y despertar a la mañana siguiente con una pesadilla porque ni siquiera estará en la lista de concejales.
Los candidatos y precandidatos se parecen a las acciones que cotizan en la Bolsa de Valores. Suben y bajan constantemente según sea el humor de quienes mueven los hilos visibles e invisibles de la alta política.
-”A ese tipo no lo voto porque es un menemista que simboliza el país de los noventa” dice el Dr Merengue pero al rato nomás saca a relucir el otro yo y lo presenta como el que garantiza la continuidad del proyecto.
-El Dr Merengue le anunció al funcionario que había perdido la confianza de la jefa por estar trabajando para un candidato no bien visto, pero el otro yo del Dr Merengue ahora festeja que haya sido él el elegido para integrar la fórmula con el candidato que ha dejado de ser mal visto.
-“Nuestro firme repudio a la dictadura” sostiene el Dr Merengue en tanto el otro yo defiende al jefe militar cuestionado por familiares de víctimas y defensores de derechos humanos.
“El papa es la nueva Iglesia, es la salvación de la humanidad”, proclama el Dr Merengue pero el otro yo oculta las acusaciones que hizo contra el mencionado personaje al que reiteradamente calificó de cómplice de la dictadura.
Abandonemos el lenguaje metafórico y pongámosle nombre y apellido a los protagonistas de esta historia en la que la figura del doctor Merengue es la que mejor representa la realidad política de este tiempo.
La elección de la fórmula presidencial que presentará el oficialismo para las elecciones de octubre no salió del novedoso sistema de las PASO creado por el gobierno de Cristina Fernández. Surgió de la voluntad unilateral de la presidenta que en un par de horas cambió el escenario político al producir la baja de Florencio Randazzo en sus aspiraciones presidenciales y designar a Carlos Zannini para completar la fórmula con Daniel Scioli.
De Scioli ya hemos hablado en esta columna (Sombras nada más), pero no está mal que repitamos nuestra opinión porque pareciera que por razones políticas la historia del actual gobernador de Buenos Aires ha cambiado abruptamente, a tal punto que han desaparecido las sombras que envolvían su pasado y las que envuelven su presente.
La presencia de Scioli en 678 forma parte del maquillaje al que está sometida la figura de uno de los políticos del oficialismo que hasta ahora nunca figuró en la agenda de invitados a ese programa que se transmite por la televisión pública desde hace más de seis años.
Aceptar la historia oficial que por estas horas se está difundiendo de manera fragmentada sobre Scioli sería algo así como darle la espalda a la verdad histórica y abandonar nuestra conciencia crítica.
Scioli es un resabio viviente del menemismo, es decir, de los noventa. Su gestión en la provincia de Buenos Aires hay que medirla no por sus discursos –siempre vacíos y plagados de lugares comunes- sino por sus acciones. Por la realidad que ofrece el mayor distrito electoral de la Argentina.
A pocas horas de su lanzamiento oficial como candidato a la presidencia, Scioli mostró uno de sus escenarios preferidos: dieciocho mil nuevos policías dando marco al acto central por el Día de la Bandera celebrado en Ezeiza.
Confesamos que las imágenes que veían nuestros ojos nos produjeron recuerdos y sensaciones nada agradables al observar los cientos y cientos de uniformados con sus armas arengados por Scioli, cuyo mensaje estuvo dirigido a colocar a la tan temida policía bonaerense en la primera de fila como garantía de la seguridad pública.
Fiel a su conocida línea de pensamiento, Scioli puso énfasis en la clásica teoría de la derecha acerca de la manera de combatir aquellos delitos que se producen en la vía pública:
"Ustedes son la victoria de un trabajo que no estaba. La victoria es que pase el patrullero antes que el delito para que el delito no pase", sostuvo omitiendo olímpicamente que para la prevención de ese tipo de delitos existen otros caminos a recorrer.
Caminos que tienen que ver con políticas públicas de carácter socioeconómico que apunten a combatir las enormes carencias generadas por la pobreza, el desempleo y las grandes desigualdades.
Aumentar el número de policías y construir más cárceles para el encierro de pobres y ladrones de gallinas es el gastado juego de distracción que el sistema neoliberal (algo que Scioli bebió en la fuente menemista) utiliza para ocultar los grandes delitos que cometen los ladrones de guante blanco (bandas policiales incluidas) y el propio sistema político-judicial que los protege.
No es un dato menor recordar que las peores violaciones a los derechos humanos en democracia se han producido en territorio bonaerense donde todavía sobreviven resabios de la policía de Camps. Nada más elocuente que la desaparición de Julio López, sólo por mencionar el caso más emblemático.
Un informe de la Comisión Provincial de la Memoria lo dice descarnadamente:
“En la provincia de Buenos Aires nunca hubo tantos presos como en la actualidad. Este es el resultado más preocupante de la política criminal impulsada por el gobierno de la provincia de Buenos Aires, que ha desencadenado una grave crisis en materia de derechos humanos. Pero no es el único dato alarmante. A los indicadores de prisionalización se le suman otros vinculados al agravamiento de las condiciones estructurales de hacinamiento y superpoblación, y las prácticas de tortura que siguen siendo sistemáticas”.
Las mismas conclusiones figuran en informes difundidos por el CELS y otros organismos defensores de los derechos humanos.
En los doce años de gestión kirchnerista, el país ha avanzado en no pocos aspectos, particularmente en los juicios contra responsables de cometer delitos de lesa humanidad.
La anulación de las leyes de punto final y obediencia debida criticada por Scioli siendo vicepresidente (*), marcaron un antes y un después en ese sentido, pero en medio de esos logros aparecen contradicciones como la de haber designado y mantenido al frente del Ejército al general Milani denunciado con sólidos argumentos sobre su participación en graves delitos de lesa humanidad.
Hay una tercera pata que está jugando con mucha sutileza sobre el futuro de la Argentina: el papa Francisco I, nuestro conocido Jorge Bergoglio, cuyos vínculos con la dictadura permanecen latentes por más que la historia oficial omita ese capítulo de su vida.
No es casual que en sus recientes mensajes (en 678 lo citó varias veces) Scioli hable del Papa como el gran referente de la humanidad.
Es un verdadero disparate decir, como se dice desde sectores de la oposición a este gobierno, que los argentinos vivimos peor que en los tiempos de la dictadura, pero tampoco es cierto, como se sostiene del lado opuesto, que hemos alcanzado o estamos cerca del paraíso.
Sabemos que las opciones al kirchnerismo que se presentan con posibilidades para gobernar la Argentina a partir de diciembre son expresiones conservadoras ligadas a la más rancia burguesía nacional y extranjera, grupos dependientes de las multinacionales que han convertido a los presidentes en sus más fieles y eficientes gerentes.
Pero si la continuidad del kirchnerismo es poner en manos de Scioli la presidencia de la república, la Argentina corre el riesgo de repetir las peores experiencias que ha vivido en tiempos no muy lejanos.
(*) -“Mientras Kirchner daba un giro de 180 grados sobre ambas leyes (Punto Final y Obediencia Debida) al considerarlas insanablemente nulas, Scioli defendía con un burdo doble matiz la postura menemista de mantener la impunidad de los crímenes de la dictadura. “En un país serio, el Congreso no anula sus leyes”, sostuvo el vicepresidente. Lo que Scioli no dijo es que en un país civilizado, el Congreso no dicta leyes legalizando la tortura y el crimen. O sea, la impunidad”. (Lumbre, septiembre de 2003).