Clandestinos

Por Juan Carlos Martínez

 

Cuando los militares argentinos decidieron irrumpir en el poder político el 24 de marzo de 1976, diseñaron operativos no convencionales. Es decir, acciones que no estaban contempladas en el Código Militar ni siquiera para ser aplicadas en la guerra. Que, dicho sea de paso, tiene sus propios códigos, no digamos civilizados porque, como diría Alberdi, la guerra siempre es un crimen.

 

Como en la Argentina no existía (ni existe) la pena de muerte, había que encontrar la manera de matar sin hacerse cargo de los muertos. En el marco de ese plan, la figura del desaparecido se incorporó al diseño de lo clandestino.

 

A partir de su secuestro, los hombres y mujeres que caían en la cacería humana perdían todo: desde sus derechos hasta su identidad. Dejaban de ser personas. Se convertían en fantasmas.

 

En 1979 el genocida Videla dio una tétrica explicación: "Es un desaparecido, no tiene entidad. No está ni muerto ni vivo, está desaparecido... Frente a eso no podemos hacer nada".

 

Los muy cristianos militares y civiles que participaron en aquellas inhumanas operaciones enterraban a sus víctimas en fosas comunes convertidas en cementerios clandestinos.

 

A muchos de ellos los sepultaban en improvisadas tumbas con la inscripción NN (Nomen nescio, expresión latina que se usa para referirse a una persona sin nombre).

 

De esa manera, miles y miles de familiares de aquellas víctimas no sólo ignoran cómo y cuándo desaparecieron sus seres queridos sino que desconocen el lugar donde descansan sus restos.

 

Durante la Segunda Guerra Mundial los nazis aplicaron el NN a los prisioneros confinados en los campos de concentración. Seis millones de hombres, mujeres y niños se fueron de este mundo con su identidad perdida y de esa manera sus familiares no pudieron llevarles una flor a su última morada ni elaborar el duelo según sus convicciones religiosas.

 

Ironías de la vida. Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera, dos de los comandantes del genocidio argentino, creadores del método clandestino para eliminar a sus disidentes, han sido enterrados por sus familiares con nombres de fantasía.

 

Parafraseando a Videla, no están ni muertos ni vivos.

 

Por lo visto, hasta en los descendientes de aquellos dos genocidas se ha hecho carne la cultura de lo clandestino.