El aborto y la vida
Por Juan Carlos Martínez
“Defender la vida humana desde la concepción” reza el título del editorial que el diario La Nación publicó recientemente.
El comentario repite la clásica postura antiabortista que preconizan los sectores más conservadores, basados en una parcial o falsa mirada sobre el derecho a la vida.
“El verdadero humanismo no discrimina, sino que exalta el derecho de vivir de todos los seres humanos, desde el momento de ser concebidos hasta su muerte” sostiene el editorialista como si no fuera discriminatorio velar sólo por la vida de un embrión sin tener en cuenta el riesgo de muerte que envuelve a la mujer que aborta justamente para preservar su vida o para desprenderse de un embarazo no deseado ni buscado. O para ser dueña de su propio cuerpo. Particularmente mujeres pobres que se someten a abortos clandestinos en las peores condiciones de salubridad.
El comentario del diario se interna luego en las marchas realizadas en todo el país para repudiar la ola de femicidios que se producen en la Argentina y aprovecha esa circunstancia para insistir en su engañosa postura.
“La multitudinaria convocatoria del miércoles pasado (3 de junio) para reclamar medidas concretas contra los femicidios, una problemática muchas veces subestimada, tuvo un aspecto colateral, que lejos de quitar importancia al acto, debe llamarnos a la reflexión.
Y agrega:
-“Por un lado, miles de personas pidieron por el fin de la aberrante cultura de la violencia contra la mujer, pero, al mismo tiempo, no fueron pocas quienes lo hicieron por la legalización del aborto. Pareciera que hay vidas más importantes que otras. Al abortar, las mujeres privan a quienes llevan en su vientre del primero y principal de los derechos humanos: el de la vida, que, sin embargo, defienden para sí. El 50% de esos niños por nacer son mujeres. Resulta una contradicción flagrante reclamar su femicidio”.
El comentario cierra de esta manera: No se trata, pues, de defender el derecho, imprescindible por cierto, de sólo unas personas, sino de garantizar el derecho a vivir de todas por igual.
Lo expuesto por La Nación está en sintonía (no podía ser de otra manera) con la postura que sostiene la Iglesia y que reiteradamente ha ratificado el papa argentino con los mismos argumentos de siempre y que califica al aborto como un crimen.
Si los sectores antiabortistas defendieran la vida más allá de su concepción y lo hicieran con la misma insistencia y el mismo énfasis para garantizar, como sostienen, el derecho a vivir de todos (de todos pero con dignidad, decimos nosotros), admitiríamos que su prédica descansa sobre una sólida base de sustentación humana.
Pero no es así. Mientras baten el parche contra el aborto en nombre de la vida, cada cuatro segundos muere un niño, o sea, veintidós mil por día se van de este mundo en el amanecer de sus vidas por desnutrición o por otras causas evitables. Y no son embriones, sino criaturas que nacen en la pobreza y la marginación.
¿Por qué no se evitan esas causas?
La respuesta es clave: porque la falta de alimentos y otras necesidades básicas que no les llegan tiene que ver con las grandes desigualdades que existen, con la injusta distribución de la riqueza y con el empleo de gigantescos recursos destinados a sostener –por las buenas o por las malas, guerras incluidas- el perverso sistema capitalista.
Seguramente que nos remitirán a documentos en los que condenan la pobreza, el hambre, las injusticias y la guerra, pero detrás de la teoría aparece una realidad que no se cambia con discursos ni con lamentos.
Considerar que un embrión es vida, sigue siendo tema de debate entre la ciencia y la religión, es decir, entre lo abstracto y lo concreto. Pero defender la vida desde la concepción sin mirar a los que han nacido y mueren diariamente por efectos de las grandes desigualdades es el mayor crimen que se comete contra la vida.