Golpeador, pero compañero

Por Juan Carlos Martínez

 

Rubén Marín, Carlos Verna y Juan Carlos Tierno integran una sociedad política de hecho. No están sometidos a ningún acuerdo escrito. Se manejan con códigos propios de las mafias.

 

Hace más de treinta años que la sociedad actúa en territorio pampeano. Las relaciones entre los miembros del grupo no son estables. Están sometidas a cambios bruscos. Como el clima atmosférico. Un día pueden aparecer los tres juntos abrazados y sonrientes en algún festejo partidario y al día siguiente se cruzan con todo tipo de improperios.

 

Pero nunca, hasta ahora, las relaciones han alcanzado el punto final. Siempre encuentran algún atajo para continuar con el romance político. Han elevado la hipocresía a la categoría de virtud.

 

El primer gobierno constitucional post dictadura los encontró a los tres en el mismo barco: Marín gobernador, Verna ministro de Obras Públicas y Tierno asesor letrado. Algunos ubican aquel momento como la fecha de fundación de la banda mayor.

 

Todo marchaba sobre aguas tranquilas hasta que una de las locuras del joven abogado (asesor en temas jurídicos y derechos humanos) a punto estuvo de provocar el naufragio de la embarcación.

 

La noticia corrió como reguero de pólvora, pero nadie hablaba y los que abrían la boca lo hacían en voz baja. El pacto de silencio comenzaba a rodar. El manto de impunidad extendió sus primeros pliegos.

 

Sin embargo, poco a poco las voces fueron subiendo de tono hasta que el diario La Arena dio la primera pista concreta. Habló de un hecho criminoso pero sin identificar al autor con nombre y apellido.

 

Dio detalles de una feroz golpiza a la que había sido sometida una joven que debió ser internada en una clínica capitalina.

 

Días después agregó el dato que faltaba para identificar al salvaje que además de golpear a la chica le había quemado los pezones con un cigarrillo.

 

En principio algunos creyeron que el autor de semejante salvajada podría ser uno de los verdugos que dejaron su impronta en los centros clandestinos que funcionaron durante la dictadura.

 

El bloque legislativo opositor inició un expediente pidiendo informes al Poder Ejecutivo, pero se quedó a mitad de camino mientras el flamante gobierno ponía en marcha el operativo impunidad.

 

Aquel ocultamiento selló el pacto de complicidad entre Marín, Verna y Tierno -extendido hasta nuestros días- y que ninguno de ellos ha podido romper.

 

Los tres han compartido actividades non sanctas. La información que uno tiene del otro obliga al trío a mantener la boca cerrada. Nadie puede arrojar la primera piedra por temor a que le caiga sobre su propia cabeza.

 

Sólo se permiten insinuaciones, sugerencias, mensajes subliminales, chicanas y alguna bravuconada para entretener a la gilada.

 

Hace más de treinta años que asistimos a la misma comedia con el mismo libreto y los mismos comediantes.

 

Mientras la vicegobernadora desgrana propuestas vacías de contenido sobre políticas de género, los jefes de la banda avanzan hacia las elecciones de octubre sumando todo lo que encuentran en el camino, incluida la miseria humana que no hace mucho tiempo arrojaron al pozo ciego.

 

El pasado no les importa. Y si alguien se los recuerda, fruncen el ceño, cierran los ojos o miran para otro lado.

 

Después de todo, como dijo un aguerrido letrado, ¿quién no le dio una cachetada a su mujer?

 

El regreso de Tierno a las fuentes está dentro de esa lógica machista que comparte con Marín y Verna.

 

Golpeador, pero compañero.