Sombras nada más

Por Juan Carlos Martínez


Daniel Scioli puede ser el próximo presidente. Competirá en la interna con Florencio Randazzo. Las opiniones dentro del justicialismo están divididas.

 

Para el peronismo más duro el actual gobernador de Buenos Aires no es santo de su devoción. Desconfían de él en todo. No creen que seguirá la línea más progresista que apoya al gobierno de Cristina. Todo lo contrario. Lo ven como un revisionista, fundamentalmente en materia económica y social.

 

Pero donde las dudas son mayores están centradas en torno de los derechos humanos. Fundamentalmente en lo que concierne a su postura con respecto a la dictadura cívico-militar-clerical y los juicios pendientes contra quienes cometieron delitos de lesa humanidad, entre ellos los que involucran a poderosos empresarios.

 

Algunas de sus opiniones sobre el tema (y también sus silencios) alimentan esas dudas. Creen que conserva mucho de lo que bebió en la fuente menemista.

 

Dentro de los organismos de derechos humanos las opiniones también están divididas. Claramente divididas, tal como lo han expresado públicamente Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto, dos de las referentes de Derechos Humanos más cercanas al gobierno nacional.

 

Para la presidenta de la Asociación de Madres de Plaza de Mayo, el gobernador bonaerense no tiene nada que ver con la causa. “Con Scioli, nada” ha dicho y repetido Bonafini sin tener en cuenta lo paradójico que resulta la descalificación de Scioli sin poner en la misma bolsa al general Milani.

 

Por su parte, para Estela de Carlotto, Scioli “es un hombre que ha respetado los derechos humanos”. La titular de Abuelas de Plaza de Mayo, cuyo enfrentamiento con Bonafini es público y notorio, ha tratado de diferenciarse de Hebe pero pasando por alto los antecedentes que tiene Scioli sobre el tan sensible tema de los derechos humanos.

 

Se entiende que una crítica de su parte a Scioli en ese sentido rozaría a su hijo Guido, titular de la Secretaría de Derechos Humanos bonaerense. Pero la verdad es que el candidato a competir por la presidencia de la Nación no es un aliado confiable para una causa tan cara al sentimiento de los argentinos.

 

Scioli es uno de los políticos que en sus discursos siempre habla de mirar para adelante como si el pasado no pesara en el presente y nada tuviera que ver con el futuro.

 

Quienes desconfían de ese tono ambiguo y conciliador al estilo eclesiástico que aparece en sus mensajes no pueden omitir que las políticas de seguridad que lleva adelante en la provincia de Buenos Aires suelen confundirse con las que se aplicaban durante la dictadura y remarcan que no pocos resabios de los tiempos de Camps sobreviven en tiempos de democracia.

 

Para Scioli, la seguridad de sus habitantes consiste en aumentar el número de policías, construir más cárceles para llenarlas de pobres, instalar cámaras televisivas para cazar ladrones de gallinas y reprimir con severidad las protestas sociales, el clásico remedio aplicado por quienes creen en el orden de las bayonetas y la paz de los cementerios.

 

La teoría de la mano dura para disciplinar a la sociedad es el equivalente de aquella máxima que utilizan los belicistas para ocultar su verdadero pensamiento: si quieres la paz, prepárate para la guerra.

 

En septiembre de 2003, cuando Néstor Kirchner comenzó a impulsar la anulación de las leyes de amnistía dictadas por el Congreso de la Nación, en las páginas del mensuario Lumbre dedicamos un comentario en el que incluimos un párrafo sobre el pronunciamiento de Scioli acerca del tema: “Mientras Kirchner daba un giro de 180 grados sobre ambas leyes (Punto Final y Obediencia Debida) al considerarlas insanablemente nulas, Scioli defendía con un burdo doble matiz la postura menemista de mantener la impunidad de los crímenes de la dictadura. 'En un país serio, el Congreso no anula sus leyes', sostuvo el vicepresidente. Lo que Scioli no dijo es que en un país civilizado, el Congreso no dicta leyes legalizando la tortura y el crimen. O sea, la impunidad”. (Lumbre, septiembre de 2003).


Doce años después, Scioli no ha dado pruebas de un cambio de postura lo suficientemente claro como para creer que de acceder a la presidencia de la Nación los derechos humanos y otros derechos fundamentales aún pendientes ocuparán un espacio prioritario en su agenda de trabajo.

 

Los que creen que Scioli sería mejor presidente que Mauricio Macri o Sergio Massa están apostando, como ha ocurrido otras veces, al supuesto mal menor.

 

Ni Scioli ni Massa ni Macri están en condiciones de encabezar un proyecto mínimamente progresista. Por dos razones fundamentales. Primero, porque ideológicamente son -con diferencia de matices- ultra conservadores. Y segundo, porque los tres están fuertemente atados a los grandes grupos económicos que son los que diseñan las políticas que este tipo de dirigentes aplican a rajatabla.

 

Si la elección del futuro presidente tiene que dirimirse entre Scioli, Macri y Massa es probable que dentro de cuatro años (o antes) amplios sectores de la sociedad argentina tengan que volver a las calles con el estridente ruido de las cacerolas.

 

Que no serán, seguramente, las de teflón.