El fútbol y sus miserias

Por Juan Carlos Martínez

 

Algunos nostálgicos de la vida suelen decir que todo tiempo pasado fue mejor. El mundo, el país, la educación, la economía, la amistad, el amor… y, ¡cómo no incluir en la comparación al fútbol! Tema recurrente por estos días.

 

Para esos nostálgicos nada es comparable con aquel tiempo. El de la pelota de trapo, la de goma y la de cuero. Aquellas escuelas de fútbol que fueron los campitos del barrio donde nació y creció el fútbol amateur.

 

Sólo para los románticos que todavía quedan, aquel tiempo fue el mejor de todos. Incluso el de aquel profesionalismo que todavía conservaba una dosis de amateurismo. Cuando el dinero todavía no era el principal eje sobre el que giraba el más popular de los deportes.

 

Pero el mundo no es estático. El fútbol tampoco. Todo cambia. Algunas cosas para bien, otras no tanto.

 

Hablemos del fútbol de nuestros días. El fútbol comercial. El de los grandes negocios. El que ha convertido al futbolista en una mercancía. Que se vende y que se compra al mejor postor.

 

Hasta niños que asoman como futuros crack forman parte de la cadena de comercialización. ¿Puede un niño ser parte de un contrato aún con las firmas de sus padres? ¿No convierten a ese niño en una suerte de futura mercancía?

 

Millones y millones de pesos/dólares/euros en danza. La danza de los millones. Los clubes manejan tanto o más dinero que los bancos. Tanto o más poder que los gobiernos, los jueces o la policía.

 

Alcanza y sobra para todo. Incluso para alimentar a las mafias que rodean al fútbol.

 

Poder y dinero se mezclan en el deporte más popular del mundo. Pelé, Maradona o Messi son más conocidos y populares que un sabio como Einstein, un pacifista como Mandela o un músico como Beethoven.

 

La maquinaria de propaganda a través de los medios de comunicación hace lo suyo para convencer al padre que para su hijo es mejor una pelota de fútbol que un libro. Y aunque ese padre no crea que resulte incompatible el libro con la pelota, es decir, el fútbol con el estudio, entra a dudar.

 

Y duda porque en un mundo materialista como el que vivimos se nos está metiendo en la cabeza la idea de que el exitoso es aquel que acumula fama y dinero. Mucho dinero. Y el fútbol moderno es una maquinaria de producir dinero.

 

Los medios de comunicación nos muestran a las estrellas del fútbol exhibiendo sus mansiones, sus autos, sus mujeres y otros lujos a los que sólo pueden acceder los reyes o los que viven acumulando oro. Esos futbolistas ganan en un día lo que un obrero, un maestro o un científico no ganan en un año de trabajo.

 

Ese es el mensaje más efectivo para convencer a mucha gente que es más redituable tener habilidad en los pies que luces en la cabeza.

 

El lingüista Noam Chomsky nos ilustra con elocuencia sobre las estrategias de la manipulación. De los diez puntos que incluye en sus reflexiones, hemos elegido para este análisis sobre el fútbol, el número uno (Estrategia de la distracción a través de los medios).

 

1. La estrategia de la distracción. El elemento primordial del control social es la estrategia de la distracción que consiste en desviar la atención del público de los problemas importantes y de los cambios decididos por las élites políticas y económicas, mediante la técnica del diluvio o inundación de continuas distracciones y de informaciones insignificantes. La estrategia de la distracción es igualmente indispensable para impedir al público interesarse por los conocimientos esenciales, en el área de la ciencia, la economía, la psicología, la neurobiología y la cibernética. Mantener la atención del público distraída, lejos de los verdaderos problemas sociales, cautivada por temas sin importancia real. Mantener al público ocupado, sin ningún tiempo para pensar; de vuelta a la granja como los otros animales”.

 

¿Qué otra actividad deportiva es tan atractiva como lo es el fútbol? Además de entretener y cautivar a millones y millones de personas, ¿a qué otros intereses responde el fútbol moderno? ¿Es, como ha dicho alguna vez Umberto Eco, el circo romano contemporáneo? ¿Sirve, como dice Chomsky, para distraer y desviar la atención en torno de los problemas importantes?

 

La degradación por la que transita el fútbol de este tiempo, particularmente en la Argentina, es más que preocupante. Los partidos de fútbol se han convertido en batallas campales. Dentro y fuera de las canchas.

 

Las barras bravas no son sólo las que se ven en las tribunas. Hay barras bravas invisibles a nuestros ojos. Son las que mueven los hilos. Las que convierten al adversario en enemigo. Las que promueven el odio y el fanatismo.

 

El fundamentalismo deportivo es tan nocivo como cualquier otro fundamentalismo.

 

Basta de violencia, dicen los carteles que, como símbolos de paz, aparecen en los campos de juego.

 

Esos mensajes los escriben los mismos que generan y estimulan la violencia. Los que preparan a la gente para convertir al rival en enemigo y al fútbol en un acontecimiento bélico.

 

Estamos hablando de los dirigentes de los clubes y de quienes mezclan el fútbol con la política y los negocios más turbios.

 

Nos vamos a un extremo, pero vale la pregunta: ¿Nos hemos olvidado del uso que hizo la dictadura con el Mundial de 1978? ¿Nos hemos olvidado que mientras miles de argentinos gritaban los goles en la cancha de River a quinientos metros del estadio mundialista hombres y mujeres confinados en la ESMA era torturados hasta la muerte?

 

No es ése, felizmente, el contexto que rodea al estado de descomposición en el que está envuelto el fútbol, pero corremos el riesgo de alcanzar niveles de degradación de los que será difícil retornar.

 

Si no entendemos que el fútbol no es la guerra, la propia energía humana que motoriza el más popular de los deportes terminará con uno de los espectáculos más bellos para los ojos y el sentimiento de millones de personas que lo disfrutan en todo el mundo.

 

Las denuncias contra los dirigentes de la FIFA involucrados en el reparto de millones de dólares provenientes de coimas y lavado de dinero tienen que servir para terminar de una vez por todas con las miserias y los miserables que envuelven al fútbol.