Cachetazos
Por Juan Carlos Martínez
"Nunca le den un cachetazo en la cara a un chico porque la cara es sagrada, pero dos o tres palmadas en el traste no vienen mal".
De esta manera, Jorge Bergoglio sostuvo públicamente la pedagogía de la mano dura para poner en vereda a los chicos que cometen alguna travesura.
El papa argentino ya había lanzado públicamente su teoría en una audiencia pública en la Plaza San Pedro y sus expresiones generaron una andanada de críticas que no le impidieron repetir su didáctico mensaje.
"Los métodos de castigo a los chicos cambiaron, porque hay otra sensibilidad", agregó pero sin abandonar la defensa del castigo físico como método persuasivo y recordó una anécdota de su infancia.
"En aquella época te daban dos cachetazos y listo", añadió para reforzar su teoría de manual castrense.
En otra parte de sus declaraciones a un medio periodístico, Bergoglio recordó que algunos países lo habían criticado por su postura.
"Son países que tienen leyes de protección al menor muy estrictas. El Papa no puede decir eso, pero curiosamente esos países, que incluso castigan al padre o a la madre que le pega al menor, tienen leyes que les permiten matar a los chicos antes de que nazcan. Esas son las contradicciones que vivimos ahora", remató.
Las contradicciones a las que se refería el papa estaban dirigidas a las leyes que legalizan el aborto en esos países, a los que le Iglesia califica de crímenes como una manera de justificar el castigo a los niños.
Al margen de la histórica y discutida posición de la Iglesia contra el aborto, mezclar este tema con la mala costumbre de los padres de corregir a un niño a golpes es, cuanto menos, un atajo que en boca de la máxima jerarquía católica nos es un buen ejemplo.
Después de todo, si un embrión es vida, ¿No eran vidas las de los centenares de niños robados después de matar a las madres que los parieron durante la dictadura ante el silencio y la complicidad de la Iglesia, Bergoglio incluido?
Como reza un proverbio chino, para dar dos millones de pasos hay que dar el primero. Un par de cachetazos en el traste de un niño puede no tener el efecto persuasivo que pretenden sus padres. Si con un par no alcanza, serán dos pares de cachetazos y si no fueran suficientes, las manos de los padres podrán dirigirse a la cara del chico y de ahí en adelante la violencia familiar tendrá un punto de partida.
Hace unos años, el juez pampeano Gustavo Jensen hizo un planteo similar al que acaba de ofrecer al papa Francisco. El tema había surgido a raíz del caso de Daniel Tatita Aguirre, un chico que murió el 23 de marzo de 2001 a los 15 años después de haber permanecido detenido en la Seccional Primera de Santa Rosa, uno de los centros clandestinos donde se torturó a hombres y mujeres durante la dictadura.
Los padres, familiares y amigos del chico y el Movimiento Pampeano por los Derechos Humanos dijeron que Tatita murió a causa de la feroz golpiza que le dieron en esa seccional.
Ellos sabían -como sabemos todos- que después del cachetazo siguen los golpes, luego la picana, más tarde el gatillo fácil y finalmente la muerte.
Fue en esa oportunidad cuando el juez Jensen defendió públicamente la pedagogía del cachetazo.
"Sus padres pueden reclamar una investigación, pero no pueden decir que los sorprendió el allanamiento. Si hubo apremios, surgirá de la investigación, pero para esta gente, que hacen de la ilegalidad un modo de vida, es un riesgo normal recibir una cachetada durante un procedimiento, es uno de los riesgos a que están expuestos y lo asumen como parte de su modo de vida". (Lumbre, diciembre de 2001).
Los que conocían al juez Jensen no se sorprendieron por la defensa que hizo de la mano dura contra los menores de los sectores marginados que caían en manos de la policía.
Jensen mismo fue denunciado, no por golpear a niños sino a su ex mujer.
Nadie mejor que las mujeres para saber cómo sigue la historia después del primer cachetazo.