Como si fueran limosnas

Por Juan Carlos Martínez

 

Desde que Jorge Bergoglio se instaló en el Vaticano como Francisco I, muchos argentinos pensaron que el nuevo Papa podría desempolvar los archivos que la Iglesia Católica guarda bajo siete llaves sobre el destino de miles de hombres, mujeres y niños desaparecidos durante la dictadura.

 

Los más optimistas apostaron a una rápida decisión en ese sentido, aferrados a algunas señales que Bergoglio estaba lanzando con la ambigüedad de su lenguaje.

 

Del otro lado, los más pesimistas creyeron que se trataba de un simple juego de entretenimiento semejante al que hacen los padres para atenuar las ansiedades de sus niños.

 

Dicho de otro modo, desconfiaban de Bergoglio porque conocían su comportamiento durante el terrorismo de Estado. Que no era distinto al que mantuvo institucionalmente la Iglesia en aquellos trágicos años: silencio y complicidad.

 

Ya han pasado dos años desde que Bergoglio dirige los destinos de la Iglesia y pronto se van a cumplir cuatro décadas desde el momento en que la dictadura cívico-militar-clerical puso en marcha el plan de exterminio que se llevó miles de vidas sepultadas bajo los escombros de un genocidio.

 

La realidad obliga a repetir la pregunta: ¿Y los archivos, para cuándo?

 

El primer anuncio que hizo Bergoglio hablaba de la entrega de documentos a pedido de familiares que hicieran ese trámite vía judicial. Es decir, una apertura selectiva, por cuenta gotas.

 

La propuesta del Vaticano no se modificó desde entonces y continúa sin variantes a tenor de la respuesta que en estos días recibió Ángela Boitano, madre de Adriana y Miguel Ángel, dos jóvenes desaparecidos durante la dictadura.

 

El final de aquellos muchachos se lo había revelado a Lita en 1976 Emilio Graselli, aquel capellán del Ejército que tenía un registro de personas desaparecidas en el que figuraban los que seguían con vida y los que estaban muertos.

 

“Yo le diría, señora, que no los busque más”, le dijo el miserable Graselli a Boitano luego de recorrer las páginas de su archivo.

 

Hace unos días, Lita Boitano volvió a Roma, esta vez para entrevistarse con el Papa a quien le hizo dos pedidos concretos. El primero se refería a la apertura de los archivos que la Iglesia guarda sobre el genocidio argentino.

 

“Ya lo estamos haciendo. Y a medida que vayan pidiendo, lo vamos a hacer”, le dijo Bergoglio a Boitano.

 

El segundo pedido se refería a la demanda de autocrítica por parte de la Iglesia argentina en torno de su comportamiento durante el terrorismo de Estado,

 

“Hay otra cosa, no le digo a usted, le digo a la jerarquía eclesiástica argentina. ¿Cuándo tendremos algo de autocrítica sobre la actitud durante la dictadura? planteó Boitano con estilo diplomático que no alcanza para eximir al ex arzobispo de Buenos Aires de la responsabilidad que tuvo como integrante de aquella jerarquía eclesiástica cuando la cruz y la espada transitaban por el mismo camino manchadas con la sangre de sus hijos.

 

“Lo estamos preparando, hace un mes fue monseñor Laterza y estamos preparando eso y va a salir” respondió el Papa según ha revelado Boitano.

 

Mientras el Papa deshoja la margarita, el tiempo biológico se va llevando a familiares de las víctimas y a muchos de los represores que mueren impunes.

 

¿Por qué Bergoglio no abre los archivos de una buena vez y abandona todo trámite burocrático?

 

¿Por qué tienen que ser las víctimas las que deben andar por los tribunales en busca de documentos que la Iglesia guarda con el mismo meticuloso sistema que utiliza para preservar sus tesoros?

 

Esta forma de acceder a los archivos no hace más que prolongar la ansiedad e incertidumbre de las víctimas, al tiempo que prolonga indefinidamente la impunidad de los militares, civiles y religiosos –Bergoglio incluido- que fueron cómplices del terrorismo de Estado y que deben ser juzgados por delitos de lesa humanidad.

 

La historia de la Iglesia y del mismo Bergoglio con respecto a la tragedia que vivió la Argentina en aquellos años despierta justificadas suspicacias. Y obliga a otras preguntas:

 

¿Bergoglio abrirá los archivos donde constan los casos de los jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics?

 

¿Desempolvará los documentos sobre su intervención en la suerte corrida por Elena de la Cuadra y la niña que parió en un centro clandestino?

 

¿Saldrá a la luz el destino de Clara Anahí Mariani (“No la busque más, está en manos de gente muy poderosa”) tal como le anticiparon a su abuela Chicha Mariani jerarcas de la Iglesia como los desalmados Emilio Graselli, José María Montes y Mario Picci?

 

¿Mostrará las carpetas en las cuales monstruos como Graselli y Von Wernich registraban la suerte que corría cada una de las víctimas?

 

La apertura de los archivos del Vaticano no es una obra de caridad de la Iglesia hacia el pueblo argentino.

 

Es una obligación jurídica, moral, ética y humana y no un gesto piadoso que llega a nuestras manos por la voluntad de un Papa como si fueran limosnas.


Bergoglio y la memoria

 

…”El Congreso argentino derogó las leyes de impunidad aunque no le alcanzaron los votos para anularla. El jefe del Ejército en ese momento, general Ricardo Brinzoni, intentó detener el avance de los juicios, en combinación con algunos ex jefes guerrilleros y con el cardenal de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, quien según Brinzoni acuñó la expresión “memoria completa” para equiparar una vez más los crímenes de lesa humanidad de la dictadura con las acciones guerrilleras, lo que en la Argentina se conoce como doctrina de los dos demonios. En lugar de juicios, debía tenderse una mesa de diálogo para la reconciliación, una fantasía recurrente…” (Fragmento del artículo de Horacio Verbitsky en Página 12 –diciembre 14 de 2014).