¿Y los archivos, señor?
Por Juan Carlos Martínez
El papa Francisco I acaba de enviarle una carta a la presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo expresando su algarabía por la recuperación del nieto de Estela de Carlotto.
El texto de la carta dice lo siguiente:
"Por medio de estas líneas quiero hacerme cercano a Usted en estos días en que usted se ha reencontrado con su nieto. Sé que es una alegría para la abuela que ha recorrido un largo camino de sufrimiento. Un sufrimiento que no la paralizó sino que la sostuvo en la lucha. Y hoy, por esa constancia en la lucha, no es solo su nieto el que la acompaña sino también otros 114 que han recuperado su identidad. Gracias Señora por su lucha. Me alegro de corazón y pido al Señor que le retribuya tanto tesón y trabajo. Quedo a su disposición, y por favor, le pido que no se olvide de rezar por mí. Que Jesús la bendiga y la Virgen Santa la cuide".
Nota del autor.- El 24 de abril de 2013, a poco de haber sido consagrado Papa, nuestro conocido Jorge Bergoglio recibió a la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. Tras el encuentro con el flamante jefe de la Iglesia Católica, Estela de Carlotto reveló que le había pedido a Francisco I su colaboración para encontrar los nietos que aún permanecían en poder de sus apropiadores.
Va de suyo que el aporte que podía (y puede) hacer la Iglesia no es otro que el de entregar los archivos que guarda la institución sobre el destino de los niños desaparecidos durante la dictadura.
"Cuenten conmigo, estoy a su disposición" respondió Bergoglio y su respuesta entusiasmó a la presidenta de Abuelas quien, exultante, dijo en una rueda de prensa en la propia sede vaticana que "hoy empezamos un nuevo camino con mucha esperanza".
En otro punto de sus declaraciones, Carlotto sostuvo que "es la palabra de él. Ahora nace otra instancia. Vamos a quedar en compás de espera para ver qué respuesta hay en la iglesia argentina".
Ha transcurrido más de un año desde que Francisco I se puso a disposición de las Abuelas para ayudarles en la búsqueda de los cuatrocientos nietos que aún faltan recuperar, pero la Iglesia no ha concretado aquella solemne promesa.
No basta con las expresiones de alegría que el Papa le hace llegar a las Abuelas ni con ponderar el tesón y el trabajo de ellas ni con pedirle a Jesús que las bendiga y a la virgen santa que las cuide. Lo que importa, más allá de las bellas palabras, son los hechos. Es decir, la información que guardan los archivos de la Iglesia en la Argentina y en el Vaticano.
No hay que olvidar que la Iglesia Católica fue cómplice de la dictadura. Complicidad no sólo por el silencio que guardó mientras el terrorismo de estado hacía desaparecer a miles de personas sino por el estrecho vínculo que mantuvo con los genocidas, unas veces dándoles apoyo espiritual y otras trabajando codo a codo ellos en la confección de listas de sus víctimas.
En el caso de los niños robados, la iglesia argentina estaba al tanto del destino de muchas de aquellas criaturas. El obispo José María Montes, segundo del monseñor Antonio Plaza, le dijo a Chicha Mariani que no continuara buscando a su nieta porque la niña estaba en manos de personas de mucho poder.
En febrero de 1978, el padre Fiorello Cavalli, de la secretaría de estado del Vaticano le dijo a Juan Gelman que su nieta había nacido, un dato preciso que resultó fundamental para que el poeta argentino encontrara a Macarena Gelman.
La madre y el padre de Macarena estuvieron confinados en Automotores Orletti. Mientras Marcelo Gelman era asesinado de un tiro en la nunca (su cadáver apareció años después dentro de un tambor de aceite de doscientos litros cementado en el lecho del río San Fernando), su madre, Claudia García, fue trasladada a Uruguay donde nació la niña.
Otros curas como Emilio Grasselli y Cristian von Wernich -sólo para mencionar a los más notorios en su actividad de agentes de la dictadura- llevaban listados de personas desaparecidas, en los que se incluía el destino de los niños apropiados.
El propio Bergoglio está fuertemente sospechado de haber guardado silencio en el caso de dos religiosos de su jurisdicción que fueron secuestrados. También se lavó las manos cuando la familia de Licha de la Cuadra le pidió ayuda para salvar a su hija secuestrada en un centro clandestino y al niño que nació en aquel infierno.
El tiempo, las palabras y las promesas se han agotado.
Es la hora de los archivos, señor Bergoglio.