La búsqueda de niños apropiados
En la foto, Chicha Mariani, entonces presidenta de Abuelas, aparece mostrando la foto de Carla y la madre de la segunda nieta recuperada. La entrevista realizada por el autor de esta nota apareció en la revista española Interviú el 28 de mayo de 1986 cuando Matilde Artés libraba una dura batalla en los tribunales porque el juez no le permitía viajar con su nieta a España, lugar de residencia de la abuela. En julio de 1987, abrumada por los obstáculos que encontraba en los tribunales y por la liberación de centenares de represores que la ley de obediencia debida puso en las calles, Matilde escapó con Carla a España. Temía que el apropiador de su nieta volviera a secuestrar a la niña.
Por Juan Carlos Martínez
La recuperación de cada nieto apropiado durante la dictadura siempre es una buena noticia. Por varias razones. La primera, la fundamental, es la recuperación del inalienable derecho a la identidad que toda persona tiene. En el caso de los chicos apropiados es el regreso a su mundo biológico del que fueron despojados de manera violenta, ilegal e inhumana.
Al espantoso crimen que significa golpear en lo más indefenso y vulnerable de la especie humana como son los niños, se suma el doble crimen del que resultaron victimas los padres de aquellas criaturas. Por si faltara algo para completar semejante crueldad, no pocos de aquellos padres fueron asesinados por los mismos apropiadores de sus hijos.
Aquellos niños hoy son hombres y mujeres que se acercan a los cuarenta años. O sea, el tiempo que pasará desde que el terrorismo de estado puso en marcha el plan sistemático del robo de bebés.
De los seiscientos niños que los genocidas se llevaron como botín de guerra, se han recuperado ciento catorce. Paula Logares, la primera nieta recuperada tenía ocho años cuando se reencontró con su verdadera identidad. Era una niña. Hoy es madre de dos chicas casi adolescentes.
Carla Artes, la segunda nieta recuperada, tenía diez años recién cumplidos cuando volvió a ser Carla. Permaneció nueve años en poder de otro genocida. Era una niña. Hoy es madre de tres hijos, dos mujeres y un varón. A los 38 años se convirtió en abuela.
Tanto Carla como Paula y los restantes nietos recuperados pueden contarles a sus hijos la verdadera historia familiar, decirles con certeza que la sangre que corre por sus venas viene de la misma raíz biológica.
Otros y otras, en cambio, no podrán recorrer el mismo camino porque llevan sobre sus espaldas una mochila cargada de mentiras y ocultamientos.
Es el caso, entre tantos, del hijo de Felipe Noble Herrera, a quien su madre adoptiva (la apropiadora Ernestina Noble Herrera) no le ha revelado la identidad de sus padres biológicos, desaparecidos durante el terrorismo de Estado a tenor de todo lo que se encuentra en la causa judicial y la confesión pública que en su momento hizo la propia dueña del diario Clarín el 12 de enero de 2003.
¿Qué nos dicen estos datos?
Varias cosas. La primera, refleja el lento y dificultoso proceso que ha acompañado la recuperación de aquellos niños, de los cuales todavía cuatrocientos de ellos –hoy hombres y mujeres cercanos a los cuarenta años- permanecen sin conocer su verdadera identidad.
Seguramente que el caso Felipe Noble Herrera se repite en decenas de personas que han recibido una falsa herencia genética y que seguirá extendiéndose a las futuras generaciones mientras la verdad biológica permanezca oculta.
Las Abuelas comenzaron la búsqueda de sus nietos en plena dictadura. Por aquellos días era imposible preguntarle al estado terrorista cuál había sido el destino de los padres y de los niños robados habida cuenta que era el mismo estado terrorista el responsable de sus desapariciones.
Vanas eran también las preguntas que las Abuelas hacían en otros ámbitos a los que acudían: iglesias, cuarteles, comisarías o juzgados.
Todos sabían algo, pero todos callaban, particularmente la Iglesia Católica cuyos archivos guardan secretos no revelados quizás para no espantar a Dios.
Sin embargo, las Abuelas no abandonaron la búsqueda de sus nietos. Convertidas en verdaderas investigadores, lograron localizar a muchos nietos y con el advenimiento de la democracia comenzaron las primeras recuperaciones.
El contexto político era absolutamente distinto pero el Estado democrático no mostraba la participación activa que ellas esperaban.
Pronto se dieron cuenta que los mayores obstáculos los encontrarían en los tribunales donde proliferaban jueces y fiscales nostálgicos de la dictadura. Las trabas que muchos de ellos ponían a las investigaciones de las Abuelas eran la más clara señal de las dificultades que, aún en democracia, debían enfrentar para recuperar a sus nietos.
El primer gobierno constitucional tuvo una actitud dubitativa en el caso de la búsqueda de aquellos niños. El histórico juicio a las juntas no incluyó el robo de bebés como parte de un plan sistemático y el Estado democrático no asumió esa responsabilidad de manera firme como correspondía habida cuenta que era el Estado (terrorista) el que había cometido tan graves delitos.
Cuando se votó la ley de obediencia debida que favoreció a centenares de represores se excluyó la apropiación de niños, pero sólo fue un gesto que no alcanzó para avanzar en la recuperación de los chicos.
Incluso algunos funcionarios del gobierno radical plantearon dudas sobre la búsqueda de los hijos de desaparecidos poniendo como argumento un presunto daño que les podría causar la separación de sus apropiadores.
De haberse dado crédito a semejante razonamiento, nuestro país hubiese legalizado varios delitos de lesa humanidad: el secuestro, la tortura y el asesinato de los padres de aquellas criaturas, la apropiación de menores de edad y el cambio de identidades violando de tal manera la Constitución Nacional y tratados internacionales firmados por la Argentina.
Todavía hoy hay sectores de la sociedad argentina que sostienen la misma brutal e inhumana teoría como si los chicos apropiados hubiesen sido mascotas.
Los sucesivos gobiernos que siguieron al de Raúl Alfonsín, de modo especial el del indultador Carlos Menem, demostraron la falta total y absoluta de voluntad política no sólo para ayudar a las Abuelas en la búsqueda y recuperación de sus nietos sino para llevar a los tribunales a quienes habían cometido tantas y tan graves atrocidades.
El actual gobierno nacional ha marcado diferencias con sus antecesores, pero aún así la búsqueda de los niños que aún permanecen como rehenes de sus apropiadores no se ha desarrollado con la intensidad y el rigor que una cuestión tan sensible merece.
Desde hace mucho tiempo que la recuperación de hijos de desaparecidos la hacen, en su inmensa mayoría, las propias personas apropiadas. Esa es la prueba más evidente de los vacíos no llenados por el estado democrático, particularmente por el poder judicial donde todavía anidan jueces y fiscales vinculados con la dictadura.
Con la recuperación de Guido Montoya Carlotto son 114 de aquellos niños los que han recuperado su historia. Exactamente tres por año.
Si se mantiene este promedio, se necesitarán diez años más para que otros treinta de ellos se reencuentren con su verdadero origen biológico.
O sea que en 2024 serían 144 los que conocerían la verdad.
En 2034 el número se elevaría a 174 y si el promedio no varía, cuando se cumplan cien años del golpe del 24 de marzo de 1976, trescientos de aquellos niños (la mitad de los apropiados) recién en el centenario de sus vidas conocerían sus orígenes y los restantes se irán de este mundo despojados de ese elemental derecho humano a llevar un nombre y una nacionalidad, tal como expresa el artículo 3 de la Declaración Universal de los Derechos del Niño.
UNA CARTA PREMONITORA
El 4 de agosto de 1985, en el Día del Niño, las Abuelas de Plaza de Mayo publicaron una Carta Abierta dirigida al pueblo argentino.
Bajo el título Día del Niño. ¿Y los niños desaparecidos?, decían lo siguiente:
-Centenares de chiquitos continúan desaparecidos desde 1976, a pesar de los dieciocho meses de gobierno constitucional.
-La dictadura militar les anuló su identidad mimetizándolos entre los treinta millones de habitantes del país y hoy siguen creciendo entre mentiras cuidadosamente elaboradas, como botín de guerra de los represores y sus cómplices.
-¿Qué ha hecho por ellos la justicia, el parlamento, la iglesia? ¿Tiene conciencia el pueblo argentino de la magnitud del drama latente en esa nueva generación que es el futuro del país?
-Niños de hoy que dentro de unos años se preguntarán angustiados ¿no seré yo uno de esos chicos que las Abuelas buscaron con tanta desesperación? Adolescentes adoptados que se ilusionarán pensando que no fueron abandonados sino queridos y buscados por sus familiares. Jovencitos que se acercarán al Banco Nacional de Datos Genéticos buscando ellos mismos sus orígenes.
-Los niños desaparecidos son centenares, pero serán miles los que se replantearán su identidad en medio de la inseguridad creada por la falta de resolución de tan profunda como inédita violación a sus derechos.
-A tanto ilegítimo interrogante ¿Quién responderá? ¿El gobierno? ¿Los supuestos padres? ¿La sociedad?
-Se puede mentir un tiempo, pero no todo el tiempo.
-Es obligación de TODOS terminar con el secuestro y esclavitud de los niños desaparecidos.