Mercenarios

Por Juan Carlos Martínez

El armado de las listas partidarias con vistas a las próximas elecciones se desarrolla en medio de una feroz batalla que por suerte no es bélica sino política.

 

Sin embargo, algún elemento de uso habitual en la guerra asoma en las negociaciones en la que están enfrascados los dirigentes de los distintos partidos.

 

Nos referimos a la figura del mercenario, ese soldado que va a la guerra no en defensa de un ideal sino a cambio de dinero.

 

El rótulo de mercenario también se aplica a aquellas personas que no necesariamente se juegan a matar o morir en un campo de batalla.

 

Mercenario también se le dice a aquel sujeto que en el ámbito de su actividad cambia o canjea sus convicciones por dinero o por alguna otra prebenda.

 

La historia política está plagada de mercenarios. Los hubo en todo tiempo y lugar y en las múltiples actividades humanas.

 

Algunos de ellos, por su resonancia y cercanía, están frescos en la memoria colectiva.

 

El calificativo de mercenario se aplicó al diputado trucho que el pampeano Jorge Matzkin introdujo en el Congreso para obtener la aprobación de la ley menemista que privatizó el suministro de gas hasta entonces en manos del Estado.

 

Mercenarios se les dijo a los senadores que aprobaron la reforma laboral a cambio de cinco millones de dólares extraídos de fondos públicos durante el gobierno de Fernando de la Rúa. (El que puede hablar con más propiedad sobre el tema es Carlos Verna).

 

 

Mercenario es el periodista que tanto habla o escribe a favor como en contra de Dios.

 

Mercenario es el fiscal o el juez que investiga y sentencia según sea el rumbo de los vientos políticos.

 

Mercenarios son los dirigentes sindicales que se ponen indumentaria obrera para esconder su anatomía capitalista.

 

La figura del mercenario político está recorriendo nuevamente la geografía pampeana.

 

Ahí andan de reunión en reunión, de discurso en discurso, de abrazo en abrazo.

 

El odio se transforma en amor, la crítica en elogio, el villano en héroe.

 

Todos juntos y revueltos.

 

El descalificador con el descalificado, el interventor con el intervenido, el denunciante con el denunciado, el que presume de manos limpias con el de manos sucias, el que preconiza la república con el que representa la dictadura, el que habla de los derechos de la mujer con el golpeador de mujeres.

 

 

La Pampa vive su propio carnaval: el del mercenario político.