Justicieros
Por Juan Carlos Martínez
Como si de pronto hubiese germinado en la conciencia colectiva de un sector de la sociedad un brote de salvajismo, “pacíficas y respetables” personas se han convertido en impiadosos justicieros.
Violando elementales derechos humanos, una horda de justicieros mató a golpes en la vía pública y a plena luz del día a imaginarios, presuntos o reales arrebatadores de carteras.
Con un regocijo propio de los verdugos que gozan con la muerte de la víctima, los justicieros desaparecieron de la escena de los hechos, en las redes sociales se festejaron los crímenes y hasta un juez justificó los linchamientos con el increíble argumento de que se trató de la reacción “ante un delito o una injusticia”.
Ni falta que hace decir que los ajusticiados eran jóvenes de piel morena y de condición humilde, la carne de cañón que los mentores de la seguridad pública utilizan para esconder los males generados por la propia sociedad, por aquellos que ensayan diagnósticos de la realidad con el estómago lleno.
Si el inhumano recurso empleado por estos justicieros se aplicara a quienes han cometido delitos o injusticias mucho más graves que el arrebato de una cartera, la Argentina se convertiría en una carnicería bajo el imperio de la ley de la selva.
En este caso, la galería de ajusticiados sería interminable. Desde los ladrones de guante y de piel blanca hasta los asesinos, torturadores y apropiadores de niños.
Ninguna de las miles de víctimas de esas atrocidades ha intentado hacer justicia por mano propia, ni siquiera cuando se cruzan con sus verdugos en la calle, en un supermercado o en algún juzgado donde se los está sometiendo a juicio por delitos de lesa humanidad.
No con la ley de la selva sino con la ley que les garantiza los derechos que ellos no les dieron a sus víctimas.