Un ídolo de barro

Por Juan Carlos Martínez

 

A medida que pasan los días y se ahonda en la vida de Alberto Nisman, la imagen del fiscal hallado muerto en su departamento de Puerto Madero va cambiando de tono, las luces van perdiendo esplendor por el avance de las sombras y la figura del héroe está dando paso a la del villano.

 

Lo que era presentado como la reserva moral del país, el modelo de funcionario judicial, el virtuoso investigador independiente, el mártir de la verdad se está derrumbando como un castillo de naipes.

 

En los diez años al frente de las investigaciones del atentado a la AMIA, Nismam se dedicó a menesteres que nada tenían que ver con las funciones que debía cumplir: nada menos que investigar el más grave atentado terrorista que se produjo en la historia de la Argentina.

 

Decenas de millones de pesos de presupuesto, buena parte de esa cifra gastada en viajes de placer y placeres que no se condecendían ni con sus funciones ni con sus ingresos.

 

Cuentas bancarias en el país y en el exterior, una propiedad en Uruguay y un departamento alquilado en Puerto Madero a razón de treinta mil pesos mensuales, fiestas y viajes con bonitas mujeres algunas de ellas incorporadas al presupuesto de su fiscalía como si se trataran de floreros de adorno, un asesor de informática que ganaba más de cuarenta mil pesos sin concurrir a su lugar de trabajo con quien compartía la mitad de su ingreso, viajes al exterior y una cuenta en un Banco de Nueva York.

 

Por si fuera poco, sus investigaciones las compartía con la embajada de los Estados Unidos, la CIA y el Mossad a quienes que rendía cuentas y desde donde recibía instrucciones para avanzar en la dirección que convenía a los intereses geopolíticos del imperio.

 

Rápidos de reflejos para inventar héroes, desde los Estados Unidos una entidad que se presenta como defensora de la democracia acaba de crear el Premio Nisman Coraje, mientras el presidente de ese país -Nóbel de la Paz- utilizando un lenguaje bélico lanza amenazas contra el gobierno de Venezuela y, por extensión, a todos los gobiernos que se atrevan a poner en duda las políticas del gendarme del Norte..
Original manera de defender la democracia.

 

El 18 de febrero, al cumplirse el primer mes de su muerte, la corporación judicial representada por un puñado de fiscales de brumosas historias irrumpió en las calles de Buenos Aires para rendir homenaje a Nisman, el flamante héroe nacional pidiendo justicia como si no fueran ellos justamente los que tienen la obligación de brindarla.

 

En primera fila estaba la ex exposa del fiscal, la jueza Sandra Arroyo Salgado, por estas horas enfrascada en una implacable pelea con la fiscal Fein tratando de imponer la teoría del asesinato sobre la del suicidio, aunque todavía no existen pruebas contundentes y definitivas en torno de una u otra hipótesis.

 

Para reforzar su teoría, Arroyo Salgado se remite a sus peritos, entre quienes actúa el médico Osvaldo Raffo, el mismo que aseguró que Camps, Etchecolatz y Patti no torturaban a sus víctimas.

 

Una garantía de imparcialidad.

 

Lo que sí está muy claro es que ningua compañía de seguros ofrece resarcimientos económicos cuando se trata de suicidios y sí los garantiza si el asegurado es victima de un crimen.

 

Si eso fuera lo que motoriza la batalla que libra Arroyo Salgado para imponer su teoría estaríamos caminando sobre una ciénaga.

 

Lo cierto es que a dos meses de su muerte, la imagen del Nisman héroe se está diluyendo y seguirá cayendo a medida que se conozcan otros entretelones de su tormentosa vida.

 

Es verdad, como dicen los defensores de Nisman, que los muertos no pueden defenderse. Pero esa circunstancia no debe impedir que se investiguen algunos aspectos de su vida privada teniendo en cuenta que fue por propia decisión del funcionario no distinguir los límites que separan lo público de lo privado.

 

Para llegar a la verdad sobre la muerte de Nisman hay que recorrer todos los caminos, incluidos los que atañen a su vida privada, justamente porque muchos viajes al exterior los hizo en días y horas que debía dedicarlos a investigar el atentado a la AMIA y no a gozar de placeres propios de un potentado.

 

Muchas de estas cosas se sabían antes del final de la vida de Nisman, pero sólo la muerte movilizó a quienes debieron poner coto a sus andanzas, incluido el actual gobierno.

 

Lo que no tiene explicación es que todavía los sectores de la derecha insistan en elevar a Nisman a la categoría de héroe nacional.

 

Debe ser muy grande la necesidad de contar con algún referente como para reclamar el bronce para un ídolo de barro.