El dinero y la libertad
Por Juan Carlos Martínez
"La constitucionalista María Angélica Gelli llegó a decir que sólo una escala económica monumental permitía realizar periodismo de investigación crítico del poder. Este es un concepto insostenible en el país donde un hombre solo realizó las mayores obras del periodismo universal (según la definición de Gabriel García Márquez). Se llamaba Rodolfo J. Walsh. Cuando terminó de investigar Operación Masacre, en 1956, no encontró quién quisiera publicársela, y en 1976 él mismo imprimió y distribuyó su Carta Abierta a la Junta Militar. Tampoco se verifica en el mundo, donde sólo personas o pequeños medios independientes escudriñan allí donde al poder más le molesta".
Hemos escogido un párrafo del comentario que Horacio Verbitsky escribió el 30 de octubre en Página/12 a propósito de la ley de medios audiovisuales, declarada constitucional por la Corte Suprema de Justicia.
El ejemplo que dio Rodolfo Walsh sobre la tarea de investigar y escribir las tropelías que comete el poder (el político, el económico, el militar, el confesional y cualquier otro) sobre el resto de las sociedades, revela claramente que la libertad de expresión no depende del dinero sino de la voluntad de los hombres. En este caso, de los periodistas.
Es cierto que el poder económico de los grandes medios de comunicación condiciona de manera decisiva el ejercicio de la libertad de expresión de sus periodistas, con las excepciones del caso que no modifican en lo más mínimo esa realidad.
Es difícil encontrar periodistas que no estén de acuerdo con la línea editorial del medio en el que escriben. Sometidos a una suerte de obediencia debida, ese es el camino que invariablemente conduce a la autocensura, un recurso mucho más nocivo que la propia censura.
Siempre es mejor el silencio que el sometimiento.
Y esto ocurre también en la mayoría de los medios manejados por el Estado, particularmente en las provincias donde los gobernantes no son para nada eufemísticos en el manejo de radios o canales de televisión y en la distribución de los avisos oficiales.
No sólo se premia el aplauso: el silencio también se cotiza.
¿Cuál es la opción?
Hay dos caminos a recorrer. Uno, el que eligen los que han renunciado a su capacidad de crítica por debilidad en sus convicciones o porque el dinero les importa más que la libertad.
El otro camino es el que transitó un tipo como Rodolfo Walsh.
Es el más difícil pero el más digno de todos.
No se trata de formar periodistas para convertirlos en mártires. Se trata, simplemente, de formar periodistas con bases éticas que no tengan como norte el dinero sino la libertad.