Un Menem de ojos celestes

Por Juan Carlos Martínez

El acuerdo tripartito alcanzado en Gualeguaychú habla a las claras de la profunda crisis que envuelve a la vida política argentina en general y al radicalismo en particular. Que el partido que inauguró la elección de presidente por el voto popular y recuperó el sistema democrático hace treinta y cinco años haya acordado con un tipo tan nefasto y mediocre como Mauricio Macri, es algo más que preocupante.

 

Ni falta que hace que el actual jefe del gobierno porteño diga lo que haría si llega a ocupar la primera magistratura. Suficiente con repasar su historia política y personal para imaginar hacia dónde dirigiría sus pasos un hombre que se ha servido de la función pública para lucrar económicamente.

 

Lo suyo no es sólo una cuestión ideológica. También es genética.

 

Carente de principios y de escrúpulos, Macri ha demostrado que no tiene límites para utilizar el poder político en beneficio propio y del círculo de incondicionales que lo rodean.

 

Bajo su gestión, la ciudad de Buenos Aires es el espejo más claro donde se refleja el espíritu y la acción del macrismo. La capital de la Argentina tiene dos caras bien definidas: la del norte y la del sur. Desde el estado de calles y veredas, el cuidado de los paseos públicos, la calidad de los servicios hasta el transporte urbano marcan las diferencias de clases.

 

Ese es el dieño que Macri piensa para la Argentina en caso de llegar a la presidencia: un país para pocos, a la medida del neoliberalismo. Ni hablar de las políticas públicas en materia de educación, salud, empleo y viviendas.

 

En ese sentido no es necesario que nos hable de lo que haría en cada una de las áreas ni del rol secundario que tendría el Estado frente a la preponderancia de los sectores privados.

 

"Si yo llego a ser presidente se terminará el curro de los derechos humanos" ha dicho como si nadie supiera la fobia que siente por las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo y por quienes no se resignan a olvidar -mucho menos a repetir- la tragedia que vivió la Argentina bajo el terrorismo de Estado genocida.

 

Lo más preocupante de todo es que un partido democrático como el radicalismo sea el que abre las puertas a una nueva aventura como la que vivió este país durante la década menemista.

 

Frente a esta disyuntiva, con seguridad que Raúl Alfonsín hubiese defendido a gritos de gallego cascarrabias aquella máxima principista que prefiere ver al partido roto antes que doblado y caminando del brazo de la derecha.

 

De concretarse el sueño de Macri presidente, volveríamos al traumático tiempo de la libertad de mercado, de las AJP y de las empresas del Estado privatizadas, del galopante desempleo, de la dolarización de la economía, de las relaciones carnales con el amo del Norte, de la represión a garrote limpio ahora con pistola eléctrica para que los reprimidos vayan acostumbrándose a la picana.

 

La garantía de impunidad se la daría la corporación de jueces y fiscales nostálgicos de la dictadura que responden a los grandes grupos económicos que han formado un poder paralelo al del Estado.

 

Y por si fuera poco, el sueño macrista se extendería a una suerte de amnistía encubierta en favor de los condenados y de los que todavía deben pasar por el banquillo por delitos de lesa humanidad para terminar no sólo con el curro de los derechos humanos y las persecuciones políticas y judiciales como dicen y repiten los nostágicos del terrorismo de Estado.

 

Un Menem de ojos celestes se prepara para volver a la década de los noventa.