La historia del médico Osvaldo Raffo novelada por el diario La Nación
Por Juan Carlos Martínez
Fiel a la línea editorial que ha mantenido a lo largo de su centenaria existencia, el diario La Nación sigue contando la historia nacional de manera parcial con el evidente propósito de presentar la realidad en sintonía con sus intereses.
A más de un largo siglo de la matanza consumada por Julio Roca contra los pueblos originarios, el diario de los Mitre (ahora de los Saguier) se resiste a calificar aquella carnicería como un genocidio y lo presenta como una conquista épica.
Lo propio hace cada vez que se refiere al pasado reciente. Prefiere hablar de gobierno militar antes que de dictadura militar. Ni por error se encuentra en sus páginas el calificativo de genocido o de terrorismo de estado.
A los militares condenados por delitos de lesa humanidad los ha distinguido como presos políticos y mantiene en pie la teoría de los dos demonios pese a que la primera sentencia dictada contra las juntas militares fue contundente al sostener que no hubo una guerra como pretendían las defensas de los comandantes sino que se trató de un plan criminal.
A los apropiadores de niños los ha identificado como padres adoptivos.
A la aplicación sistemática de torturas les ha llamado excesos y a las ejecuciones de personas que presentaban disparos de armas de fuego en la nuca las ha calificado como enfrentamientos.
En 1988, las docentes norteamericanas Sonia y Carol Ebel, de la Universidad de Stanford que visitaron la Argentina querían saber qué había ocurrido con los periodistas desaparecidos y con los niños apropiados durante la dictadura.
Con ese propósito visitaron el diario La Nación donde mantuvieron el siguiente diálogo:
P. -Qué pasó con los niños que reclaman las Abuelas de Plaza de Mayo?
R.- Casi todos eran huérfanos, abandonados por sus padres guerrilleros. Las personas que se quedaron con ellos hicieron una buena cosa.
P.- ¿Y qué pasó con el centenar de periodistas desaparecidos?
R-. De este diario no hubo ningún periodista desaparecido, de lo cual nos sentimos orgullos (*).
Para La Nación como para buena parte de la sociedad argentina, el desaparecido era una suerte de demonio, algo así como una peste letal contra la cual había que vacunarse. Pero La Nación ocultó a las docentes norteamericanas que entre los periodistas desaparecidos se incluía uno de los suyos- Víctor Eduardo Seib, delegado de la comisión interna- secuestrado el 30 de julio de 1976.
De haber incluido el nombre de Seib el diario se habría privado de manifestar su orgullo por no tener periodistas desaparecidos, que era como decir que La Nación estaba libre de ser envuelta en la "contamincación subversiva".
El médico que convirtió a dos
genocidas en personas de bien
En su edición del 5 de este mes, el diario volvió a dar una clase de manipulación periodística. Esta vez lo hizo al presentar al médico forense Osvaldo Raffo, designado como perito de parte por Sandra Arroyo Salgado, la ex esposa de Alberto Nisman.
El diario publicó una extensa nota firmada por Héctor Gambini en la que incluye la historia profesional de Raffo a quien presenta como uno de los más prestigiosos médicos forenses de la Argentina que a los 84 años con veinte mil peritajes sobre sus espaldas se ha involucrado en el resonante caso Nisman.
Después de informar sobre el perfil del médico forense, el diario dice que Raffo apareció en público por última vez hace dos semanas y transcribe sus palabras al salir de la fiscalía de Viviana Fein: "Sería imprudente adelantarnos a aquello de lo que todos estamos pendientes, que es si fue un suicidio o un homicidio", y aseguró que buscará "encontrar la verdad demostrable científicamente".
La prudencia sugerida por Raffo la quebró Arroyo Salgado esta semana en una rueda de prensa cuando sostuvo que a Nisman lo habían matado, que se trató de un magnicidio, aunque la ex mujer del fallecido fiscal omitió dar precisones sobre el autor o los autores del grave episodio.
El artículo de La Nación cierra con un pronóstico que anticipa la profusa difusión que los grandes medios de comunicación le darán a la tarea de Osvaldo Raffo: "Su opinión no quedará encerrada entre las paredes de un tribunal, ni en las aulas. Esta vez, tendrá de oyente a un país".
LO QUE NO SE DICE
Desde el punto de vista profesional el médico forense Osvaldo Raffo puede reunir muchos atributos para ser considerado una eminencia. Tal vez lo sea. Aceptemos que lo es. Pero eso sólo no alcanza para elevarlo a la categoría de ejemplo como surge del comentario de La Nación. Mucho menos para omitir algunos antecedentes que están reñidos con la ética y el propio juramento hipocrático que prestó al recibir su título de médico.
Raffo tiene algunos antecedentes de mucho peso que lo vinculan a la dictadura militar, de modo especial al genocida Ramón Camps, el bien llamado el carnicero de Buenos Aires por haberse atribuido el asesinato de cinco mil personas durante el terrorismo de Estado y el reparto de niños hijos de desaparecidos para evitar que se les educara "para ser subvesivos como sus padres".
En un reciente informe difundido por Página 12, el periodista Horacio Verbitsky reveló algunos antecedentes de Raffo que son por demás elocuentes para saber de quién estamos hablando, para saber en quién ha confiado la jueza Arroyo Salgado como perito de parte para establecer las causas de la muerte del fiscal Alberto Nisman.
"En 1981 -dice Verbitsky-, el oficial principal Osvaldo Raffo le escribió al general Ramón Camps que sintió "un problema de conciencia y de dignidad" cuando supo que Jacobo Timerman denunció haber sido torturado. Él revisó a Timerman en la jefatura de policía y "no presentaba signo alguno de violencia externa". Su tremenda descripción de Timerman es la de un hombre "de actitud humilde y tímida", quien "era tratado correctamente".
Verbitsky cierra esa parte del informe diciendo que "sólo asustado a golpes, Timerman podía parecer humilde y tímido".
En el mismo informe, Verbitsky agrega lo siguiente:
-El 19 de junio de 1984, ante el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, Raffo contó que además de revisarlo por orden del comisario Miguel Etchecolatz también asistió a un interrogatorio a Timerman. De inmediato advirtió el riesgo e intentó explicar que más que "un interrogatorio policial" le pareció "una plática entre personas, una conversación" sobre "política, cuestiones sociales y económicas". En ese amable diálogo entre amigos que describe Raffo, a Timerman se le ocurrió contar "que había recibido cincuenta millones de dólares o cincuenta mil dólares, no puedo especificar, para la compra o venta de las máquinas de su diario". (Cincuenta mil o cincuenta millones, para comprar o para vender. Ojalá su peritaje en el caso Nisman sea algo más preciso). Raffo también dijo que "no se somete a tortura a los detenidos en la policía de la Provincia de Buenos Aires" aunque casi todos alegan "haber sido objeto de malos tratos por razones especulativas"; se trata del "autolesionismo que se hace el delincuente o el pistolero". En cambio dijo "haber visto cadáveres de personas detenidas en cárceles del pueblo, por guerrilleros, que estaban torturadas a golpes y con corriente eléctrica". Ante una pregunta respondió que "no le puedo dar nombres exactos". porque "uno veía estas lesiones a las apuradas y no se hacía todo en un informe médico legal". Se consignaban "como si fueran de combate". Una vez que "se tomaba conocimiento, se pasaba al jefe y todo se olvidaba porque había otras cosas importantes que hacer".
Otra víctima de las torturas aplicadas personalmente por Camps y Etchecolatz fue el dirigente socialista Alfredo Bravo, quien hasta el último día de su vida llevó las huellas que la picana eléctrica dejó sobre su cuerpo.
Hay que ser extremadamente cínico para presentar como personas equilbradas y propensas a dialogar con sus semejantes a dos verdugos como Camps y Etchecolatz enfrascados en diálogos con sus indefensas víctimas, encapuchadas, maniatadas y amordazadas sometidas a brutales sesiones de torturas físicas y psicológicas.
La vía persuasiva de Camps y Etchecolatz se parece a la que Vicente Massot pidió para Timerman: la pena de muerte.
Si la búsqueda de la verdad sobre la muerte de Alberto Nisman dependiera de lo que informe el médico forense Osvaldo Raffo, habría razones más que suficientes para alimentar muchas dudas.
(*) Publicado en El Regional Económico (Cipolletti, 1988) y en el libro La Abuuela de Hierro (I edición 1995).