Alegrías y tristezas

Por Juan Carlos Martínez

 

Cada nieto o nieta apropiados durante el terrorismo de Estado que recupera su verdadera identidad, genera un torrente de alegría que desborda en nuestros corazones, de modo especial en el de sus seres queridos. Cuarenta y tres años después del comienzo del plan sistemático del robo de bebés se han recuperado 129 del total estimado en quinientas de aquellas criaturas, hoy hombres y mujeres que rondan los cuarenta años de edad.

 

En consecuencia, todavía viven bajo una identidad que no es la que recibieron de sus padres biológicos alrededor de cuatrocientos. El promedio de recuperación, hasta ahora, es exactamente de tres por año. Un dato realmente muy preocupante, no sólo porque muchas abuelas y abuelos se han ido de este mundo sin reencontrarse con sus nietas o nietos sino, además, sin saber, en la mayoría de los casos, cuál fue el destino de sus hijas e hijos. Si este promedio se mantuviera, se necesitarían alrededor de ciento treinta años a partir de ahora para conocer la identidad de los cuatrocientos que faltan.

 

Esta realidad es la que nos produce tristeza y la que nos pone frente a una enorme injusticia, sobre todo porque sabemos que existe información precisa sobre el destino que se dio a muchas de aquellas criaturas arrancadas de las entrañas de sus madres, asesinadas luego de parir en aquellos infiernos que eran los campos de concentración donde permanecieron cautivas.

 

Una de las instituciones que tiene tan importante información es la Iglesia Católica, según testimonios recogidos de boca de algunos de sus jerarcas cuando las abuelas acudieron a ellos en demanda de información. "No la busque más, la niña está en manos de gente muy poderosa" fue la respuesta que en su momento recibió Chicha Mariani de boca del fallecido obispo José María Montes en la catedral de La Plata.

 

Una información semejante le dio al poeta Juan Gelman el religioso Fiorello Cavalli, de la secretaría de Estado del Vaticano cuando acudió a él en busca de información sobre el paradero de su nieta o nieto. Todo esto fue ratificado oficialmente por el Vaticano por el actual Papa, el argentino Jorge Bergoglio a poco de convertirse en jefe de la milenaria institución. Han pasado seis años desde entonces, pero los prometidos documentos siguen durmiendo bajo siete llaves como si se tratara de secretos de Estado y no de una cuestión tan sensible como humanitaria.

 

¿Qué espera la Iglesia? ¿Que pasen 359 años para repetir con los documentos sobre niños apropiados en la Argentina lo que demoró la Iglesia para reivindicar a Galileo Galilei?