Rotulaciones


Por Juan Carlos Martínez

Las rotulaciones ideológicas para perseguir, descalificar y hasta para eliminar a personas han sido un recurso conocido por la humanidad desde remotos tiempos.

 

En épocas no tan lejanas, la cacería de brujas, como suele identificarse a este perverso sistema, cobró fuerza desde que el senador norteamericano Joseph McCarthy lo echó a rodar en los años cincuenta, durante la guerra fría.

 

Las víctimas de aquella cacería llevaban sobre sus espaldas el rótulo de comunistas.

 

Así nació el macartismo, una herramienta que se fue extendiendo a lo largo y a lo ancho del planeta. Millones de personas quedaron atrapadas en aquella trampera ideológica pagando un altísimo precio, unos perdiendo su libertad y otros perdiendo la vida.

 

Más de medio siglo después, sobre las espaldas de los supuestos, reales o imaginarios enemigos internos que los gobiernos autoritarios o dictatoriales fabrican, las rotulaciones siguen siendo una suerte de condena inapelable.

 

Durante el terrorismo de Estado, en la Argentina la cacería humana estuvo dirigida a quienes eran incluidos en la categoría de subversivos. Llevar sobre la espalda aquel rótulo era como llevar el pasarte a la muerte.

 

Este introito viene a cuento a raíz de ciertas rotulaciones que desde los grandes medios de comunicación –especialmente Clarín y La Nación- se vienen difundiendo en la campaña que Cambiemos lleva adelante para crear nuevos enemigos internos.

 

Toda persona o sector social o político que no sea funcional al oficialismo se ha convertido en enemigo.

 

En ese espacio de rotulaciones, el oficialismo ha incluido al juez Alejo Ramos Padilla, a quien tratan de vincular con el kirchnerismo con el propósito de convertir un hecho enteramente judicial en una maniobra política.

 

Semejante falacia está dirigida a defender lo indefendible, esto es, la situación del fiscal Carlos Stornelli y la de varios personajes ligados al gobierno, entre ellos la del periodista estrella Daniel Santoro, todos ellos involucrados en uno de los mayores escándalos institucionales de nuestra historia.

 

Es tan burda esa campaña que hasta en la convocatoria del presidente de la Comisión de la Libertad de Expresión invitando al juez a asistir al Congreso de la Nación no aparecía el diputado Leopoldo Moreau el que invitaba al magistrado sino el kirchnerismo.

 

La desesperación en la que está inmerso un gobierno que se encuentra en terapia intensiva y con respirador artificial puede llevar al país a situaciones muy graves.

 

Es que las rotulaciones ideológicas, raciales, políticas, sociales o religiosas siempre han marcado el comienzo de grandes tragedias sufridas por la humanidad. El nazismo, por ejemplo, las utilizó para estigmatizar a amplios sectores de la sociedad alemana y así se llegó al holocausto de seis millones de hombres, mujeres y niños.

 

En la Argentina, el genocidio de treinta mil personas también estuvo precedido de una sistemática prédica de contenido ideológico que contó –como hoy- con la participación activa de los grandes medios de comunicación y de buena parte de la sociedad.

 

Estamos, pues, en un momento muy especial por el peligro cierto que entraña la utilización de rotulaciones ideológicas por parte de un gobierno que necesita justificar el cúmulo de atrocidades que está cometiendo al margen de la Constitución y la ley.

 

Volviendo al juez Alejo Ramos Padilla, tenemos que rodearlo para garantizarle que no está solo en esta batalla en defensa del estado de derecho, la libertad y los derechos humanos.

 

Nunca tan bien aplicada aquella sabia advertencia que siempre conviene tener presente: los pueblos que olvidan su pasado están condenados a repetirlo.